Nuestras creencias
La Iglesia Bíblica
de Avellaneda
Preámbulo a nuestras creencias
Como iglesia local, independiente y autónoma, por votación unánime de los miembros que la conforman, han sido establecidos nuestros documentos oficiales que manifiestan ciertamente, más no exhaustivamente, nuestras creencias. Estos documentos comprenden una confesión de fe y declaraciones doctrinales. A los cuales suscribimos como membresía y nos comprometemos a defender y acatar.
Confesión Bautista de Fe
de New Hampshire de 1833
Preámbulo a esta Confesión de Fe
La presente confesión es una adaptación de la Confesión Bautista de Fe de New Hampshire de 1833, siendo un extracto de la más reconocida confesión bautista, la Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689. Teniendo en cuenta la contextualización de cada iglesia local, se ha editado y agregado a la confesión puntos importantes que ponen en claro la postura de los miembros de Iglesia Bíblica de Avellaneda.
Creemos que la Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados y que es un tesoro perfecto de instrucción divina; Dios es su autor, la salvación es su fin y es la verdad sin ningún tipo de error en todo lo que dice y sin ningún tipo de error en su contenido. La Biblia revela los principios por los cuales Dios nos juzgará y, por lo tanto, es y permanecerá siendo hasta el fin del mundo el verdadero centro de la unión cristiana, y la regla suprema por la cual toda conducta humana, credos y opiniones deben ser probados.
2 Ti. 3:16, 17; 2 P. 1:21; 2 S. 23:2; Hch. 1:16; Pr. 30:5, 6; Jn 17:17; Ro. 3:4; Ap. 22:18, 19; Ro. 2:12; 1 Co. 4:3, 4; Lc. 10:10-16; 12:47, 48.
Creemos que solo existe un solo Dios, el único Dios vivo y verdadero, es un Espíritu eterno, personal, e inteligente, y su nombre es YAHWEH[1], el Creador, Gobernador Supremo del universo[2]; inefablemente glorioso en santidad[3] y digno del más elevado honor, obediencia y amor[4]; en la unidad de Dios existen tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo[5]; iguales en divina perfección y ejecutando distintos, pero armoniosos, oficios en la gran obra de redención.
[1] Transliteración del nombre hebreo YHWH (Tetragrámaton).
Jn. 4:24; Sal. 147:5; He. 3:4; Ro. 1:20; Jer. 10:10; Éx. 15:11; Is. 6:3; 1 P. 1:16; Ap. 4:6-8; Mr. 12:30; Ap. 4:11; Mt. 10:37; Jer. 2:12, 13; Mt. 28:19; Jn. 15:26; 1 Co. 12:4-6.
Creemos que el hombre fue creado en santidad, sujeto a la ley de su Creador; pero, por transgresión voluntaria, el hombre cayó de tal santidad y estado de felicidad. En consecuencia, toda la humanidad es ahora pecadora, no por fuerza sino por elección. El hombre está entonces, por naturaleza, desprovisto de la santidad que requiere la ley de Dios, inclinado al mal y, por lo tanto, bajo justa condenación a la ruina eterna, sin defensa ni excusa.
Gn. 1:27; Gn. 1:31; Ec. 7:29; Hch. 17:26-29; Gn. 2:16-17; Gn. 3:6-24; Ro. 5:12; Ro. 5:15-19; Sal. 51:5; Ro. 8:7; Is. 53:6; Gn. 6:12; Ro. 3:9-18; Ef. 2:1-3; Ro. 1:18,32; Ro. 2:1-16; Gá. 3:10; Mt. 20:15; Ez. 18:19-20; Ro. 1:20; Ro. 3:19; Gá. 3:22.
Creemos que la salvación de los pecadores es totalmente por gracia a través de la obra mediadora del Hijo de Dios, el cual, por elección del Padre, voluntariamente tomó sobre Él nuestra naturaleza, aunque sin pecado; honró la ley divina con su obediencia personal, y por su muerte hizo completa expiación por nuestros pecados. Habiendo resucitado de los muertos, ahora está en el Cielo sentado en el trono y, reuniendo en su maravillosa persona las más tiernas simpatías de perfección divina, está calificado en todos los aspectos para ser un Salvador idóneo, compasivo y todo suficiente.
Ef. 2:3; Mt. 18:11; 1 Jn. 4:10; 1 Co. 3:5-7; Hch. 15:11; Jn. 3:16; Jn. 1:1-14; Heb. 4:14; Heb. 12:24; Fil. 2:9,14; 2 Co. 5:21; Is. 42:21; Fil. 2:8; Gá. 4:4-5; Ro. 3:21; Is. 53:4-5; Mt. 20:28; Ro. 4:25; Ro. 3:21-26; 1 Jn. 2:3; 1 Co. 15:1-3; Heb. 9:13-15; Heb. 1:8; Heb. 1:3; Col. 3:1-4; Heb. 7:25; Col. 2:18; Heb. 7:26; Sal. 89:19; Sal. 34.
Creemos que la gran bendición del Evangelio que Cristo les asegura a los que creen en Él es la Justificación; esa justificación incluye el perdón del pecado y la promesa de vida eterna en los principios de la justicia; que la misma es imputada, no en consideración de las buenas obras que pudimos haber hecho, sino únicamente a través de la fe en la sangre del Redentor; en virtud de dicha fe, Su justicia perfecta nos es imputada gratuitamente por Dios; que esta fe nos trae a un estado de bendita paz y favor con Dios, y nos asegura toda otra bendición que sea necesaria en este tiempo y por la eternidad.
Jn. 1:16; Ef. 3:8; Hch. 13:39; Is. 53:11-12; Ro. 5:1-2; Ro. 5:9; Zac. 13:1; Mt. 9:6; Hch. 10:43; Ro. 5:17; Tito 3:5-7; 1 P. 3:7; 1 Jn. 2:25; Ro. 5:21; Ro. 4:4-5; Ro. 6:23; Fil. 3:7-9; Ro. 5:19; Ro. 3:24-26; Ro. 4:23-25; 1 Jn. 2:12; Ro. 5:3; Ro. 5:11; 1 Co. 1:30-31; Mt. 6:33; 1 Ti. 4:8.
Creemos que las bendiciones de la salvación se encuentran disponibles para todos a través del Evangelio; que es el deber inmediato de todos aceptarlas por una fe sincera, arrepentida y obediente; y que nada impide la salvación del más grande pecador sobre la tierra, sino su propia depravación inherente y su rechazo voluntario del Evangelio; dicho rechazo lo envuelve en una condenación mayor.
Is. 55:1; Ap. 22:17; Ro. 16:25-26; Mc. 1:15; Ro. 1:15-17; Jn. 5:40; Mt. 23:37; Ro. 9:32; Pr. 1:24; Hch. 13:46; Jn. 3:19; Mt. 11:20; Lc. 10:27; 2 Ts. 1:8.
Creemos que, para ser salvos, los pecadores deben ser regenerados o nacidos de nuevo; que la regeneración consiste en proveer una sana disposición de la mente, lo cual es efectuado en una manera que va más allá de nuestra comprensión, por el poder del Espíritu Santo en conexión con la verdad divina para asegurar nuestra obediencia voluntaria al evangelio; y que la evidencia apropiada aparece en los santos frutos de arrepentimiento, fe y nueva vida.
Jn. 3:3; Jn. 3:6-7; 1 Co. 3:14; Ap. 14:3; Ap. 21:27; 2 Co. 5:17; Ez. 36:26; Dt. 30:6; Ro. 2:28-29; Ro. 5:5; 1 Jn. 4:7; Jn. 3:8; Jn. 1:13; Stg. 1:16-18; 1 Co. 1:30; Fil. 2:13; 1 P. 1:22-25; 1 Jn. 5:1; Ef. 4:20-24; Col. 3:9-11; Ef. 5:9; Ro. 8:9; Gá. 5:16-23; Ef. 3:14-21; Mt. 3:8-10; Mt. 7:20; 1 Jn. 5:4, 18.
Creemos que el arrepentimiento y la fe son deberes sagrados y también gracias inseparables, cultivadas en el alma por el Espíritu regenerador de Dios; siendo profundamente convencidos de culpa, peligro e impotencia, y del medio de salvación a través de Cristo, nos volvemos a Dios con contrición sincera, confesión y súplica por misericordia; al mismo tiempo, recibimos al Señor Jesucristo como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, confiando en Él como el único y suficiente Salvador.
Mc. 1:15; Hch. 11:18; Ef. 2:8; 1 Jn. 5:1; Jn. 16:8; Hch. 2:37-38; Hch. 16:30-31; Lc. 18:13; Lc. 15:18-21; Stg. 4:7-10; 2 Co. 7:11; 1 Ti. 6:12-13; Sal. 51; Ro. 10:9-11; Hch. 3:22-23; Heb. 4:14; Sal. 2:6; Heb. 1:8; Heb. 7:25; 2 Ti. 1:12.
Creemos que la Elección es el propósito eterno de Dios, a través de la cual Él por gracia regenera, santifica y salva a los pecadores; esto es perfectamente compatible con el libre albedrío del hombre; que comprende todos los medios en relación con el fin; que es la más gloriosa muestra de la bondad soberana de Dios, siendo infinitamente libre, sabio, santo e inmutable; que excluye totalmente la jactancia y promueve la humildad, el amor, la oración, la alabanza, la confianza en Dios y la imitación activa de su misericordia gratuita; que alienta el uso de los medios del más alto nivel; que puede comprobarse por sus efectos en todos los que verdaderamente creen en el Evangelio; que es el fundamento de la seguridad cristiana y comprobarlo respecto a nosotros mismos demanda y merece nuestra mayor diligencia.
2 Ti. 1:8-9; Ef. 1:3-14; 1 P. 1:1-2; Ro. 11:5-6; Jn. 15:16; 1 Jn. 4:19; 2 Ts. 2:13-14; Hch. 13:48; Jn. 10:16; Mt. 20:16; Hch. 15:14; Éx. 33:18-19; Mt. 20:15; Ef. 1:11; Ro. 9:23-24; Jer. 31:3; Ro. 11:28-29; Stg. 1:17-18; 2 Ti. 1:9; Ro. 11:32-36; 1 Co. 1:26-31; Ro. 3:27; Ro. 4:16; Col. 3:12; 1 Co. 3:5-7; 1 Co. 15:10; 1 P. 5:10; Hch. 1:24; 1 Ts. 2:13; 1 P. 2:9; Lc. 18:7; 1 Ts. 2:12; 2 Ti. 2:10; 1 Co. 9:22; Ro. 8:28-30; Jn. 6:37-40; 1 Ts. 1:4-10; Is. 42:16; 2 P. 1:10-11; Fil. 3:12; Heb. 6:11.
Creemos que la santificación es el proceso por el cual, de acuerdo a la voluntad de Dios, somos hechos partícipes de Su santidad; que es una obra progresiva que empezó en la regeneración y es llevada a cabo en el corazón de los creyentes por la presencia y el poder del Espíritu Santo, el Consolador, en uso continuo de los medios designados ―especialmente la Palabra de Dios, el auto-examen, la auto-negación, vigilancia y oración.
1 Ts. 4:3; 1 Ts. 5:23; 2 Co. 7:1; 2 Co. 13:10; Fil. 3:12-16; 1 Jn. 2:29; Ro. 8:5; Ef. 1:4; Pr. 4:18; 2 Co. 3:18; Heb. 6:1; 2 P. 1:5-8; Jn. 3:6; Fil. 1:9-11; Ef. 1:13-14; Fil. 2:12-13; Ef. 4:11-12; 1 P. 2:2; 2 P. 3:18; 2 Co. 13:5; Lc. 11:35; Lc. 9:23; Mt. 26:41; Ef. 6:18; Ef. 4:30.
Creemos que sólo los creyentes verdaderos perseveran hasta el fin; que su unión perseverante a Cristo es la gran marca que los distingue de los profesantes superficiales; que una Providencia especial vela por su bienestar y que son guardados por el poder de Dios mediante la fe para salvación.
Jn. 8:31; 1 Jn. 2:27-28; 1 Jn. 3:9; 1 Jn. 5:18; 1 Jn. 2:19; Jn. 13:18; Mt. 13:20-21; Jn. 6:66-69; Job 17:9; Ro. 8:28; Mt. 6:30-33; Jer. 32:40; Sal. 121:3; Sal. 91:11-12; Fil. 1:6; Fil. 2:13; Jud. 24-25; Heb. 1:14; 2 Re. 6:16; Heb. 13:5; 1 Jn. 4:4.
Creemos que la Ley de Dios es la regla eterna e inmutable de su gobierno moral; que es santa, justa y buena; que la inhabilidad que la Escritura asigna al hombre pecador en cumplir sus preceptos se levanta enteramente de su amor por el pecado; que el librarlo de esto y restaurarlo a través del Mediador a una obediencia no fingida a la Ley santa, es uno de los grandes propósitos del Evangelio y de los Medios de la Gracia conectados con el establecimiento de la iglesia visible.
Ro. 3:31; Mt. 5:17; Lc. 16:17; Ro. 3:20; Ro. 4:15; Ro. 7:12; Ro. 7:7,14-22; Gá. 3:21; Sal. 119; Ro. 8:7-8; Jos. 24:19; Jer. 13:23; Jn. 6:44; Jn. 5:44; Ro. 8:2-4; Ro. 10:4; 1 Ti. 1:5; Heb. 8:10; Jud. 20-21.
Creemos que una iglesia visible de Cristo es una congregación de creyentes bautizados, asociados por un pacto en la fe y comunión en el Evangelio; observando las ordenanzas de Cristo, gobernados por Sus leyes y ejerciendo los dones, derechos y privilegios investidos en ellos por medio de su palabra; que sus únicos oficiales bíblicos son los ancianos (también llamados obispos o pastores) y diáconos, cuyas afirmaciones/demandas, calificaciones y funciones están especificadas en las Epístolas a Timoteo y Tito.
1 Co. 1:1-3; Mt. 18:17; Hch. 5:11; Hch. 8:1; Hch. 11:21-23; 1 Co. 4:17; 1 Co. 14:23; 3 Jn. 9; 1 Ti. 3:5; Hch. 2:41-42; 2 Co. 8:5; Hch. 2:47; 1 Co. 5:12-13; 1 Co. 11:2; 2 Ts. 3:6; Ro. 16:17-20; 1 Co. 11:23-24; Mt. 18:15-20; 1 Co. 5:6; 2 Co. 2:17; Mt. 28:20; Jn. 14:15; Jn. 15:12; 1 Jn. 2:21; 1 Ts. 4:2; 2 Jn. 6; Gá. 6:2; Ef. 4:7; 1 Co. 14:12; Fil. 1:1; Hch. 14:23; Hch. 15:22; 1 Ti. 3; Tito 1.
Creemos que el bautismo cristiano es la inmersión de un creyente en agua, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para mostrar así en un emblema solemne y hermoso nuestra fe en el crucificado, enterrado y resucitado Salvador, con sus efectos en nuestra muerte al pecado y resurrección a una nueva vida; que es requisito previo para los privilegios de una relación eclesiástica y para la Cena del Señor, en la cual los miembros de la iglesia, por el sagrado uso del pan y del vino, han de conmemorar juntos el amor agonizante de Cristo, precedido siempre por un solemne auto-examen.
Hch. 8:36-39; Mt. 3:5-6; Jn. 3:22-23; Jn. 4:12; Mt. 28:19-20; Mc. 16:16; Hch. 2:38; Hch. 8:12; Hch. 16:32-34; Hch. 18:8; Hch. 10:47-48; Gá. 3:26-28; Ro. 6:4; Col. 2:12; 1 P. 3:20-21; Hch. 22:16; Hch. 2:41-42; 1 Co. 11:26; Mt. 26:26-29; Mc. 14:22-25; Lc. 22:14-20; 1 Co. 11:28; 1 Co. 5:1-8; 1 Co. 10:3-32; 1 Co. 11:17-32; Jn. 6:26.
Creemos que el primer día de la semana es el Día del Señor; que este era el día en que las iglesias del Nuevo Testamento se reunían para la adoración cristiana y para la edificación en memoria de la resurrección de nuestro Señor; por lo tanto, que el domingo está reservado para la reunión de la iglesia con esos mismos fines.
Hch. 20:7; Gn. 2:3; Col. 2:16-17; Mc. 2:27; Jn. 20:19; 1 Co. 16:1-2; Ex. 20:8; Ap. 1:10; Sal. 118:15,24; Is. 58:13-14; Is. 56:2-8; Heb. 10:24-25; Hch. 11:26; Hch. 13:44; Lv. 19:30; Lc. 4:16; Hch. 17:2-3; Sal. 26:8; Sal. 87:3; Heb. 4:3-11.
Creemos que el Gobierno Civil es divinamente designado para los intereses y el buen orden de la sociedad humana, y que los magistrados deben ser llevados en oración, diligentemente honrados y obedecidos, excepto en aquellos asuntos que se opongan a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, quien es el único Señor de nuestras consciencias y el Príncipe de los reyes de la tierra.
Ro. 13:1-7; Dt. 16:18; 2 S. 23:3; Ex. 18:23; Jer. 30:21; Mt. 22:21; Tito 3:1; 1 P. 2:13; 1 Ti. 2:1-4; Hch. 5:29; Mt. 28; Dn. 3:15-18; Dn. 6:7-10; Hch. 4:18-20; Mt. 23:10; Ro. 14:4; Ap. 19:16; Sal. 72:11; Sal. 2; Ro. 14:9-13.
Creemos que hay una diferencia esencial y radical entre los justos y los injustos; que sólo aquellos que son justificados mediante la fe en el nombre del Señor Jesucristo y santificados por el Espíritu de nuestro Dios son verdaderamente justos a Sus ojos, mientras que los que continúan en la impenitencia y la incredulidad son malvados a Sus ojos; y que la distinción se mantiene entre los hombres tanto en la muerte cómo después de ella.
Mal. 3:18; Pr. 12:26; Is. 5:20; Gn. 18:23; Jer. 15:19; Hch. 10:34-35; Ro. 6:16; Ro. 1:17; Ro. 7:6; 1 Jn. 2:29; 1 Jn. 3:7; Ro. 6:18,22; 1 Co. 11:32; Pr. 11:31; 1 P. 4:17-18; 1 Jn. 5:19; Gá. 3:10; Jn. 3:36; Is. 57:21; Sal. 10:4; Is. 55:6-7; Pr. 14:32; Lc. 16:25; Jn. 8:21-24; Pr. 10:24; Lc. 12:4-5; Lc. 9:23-26; Ec. 3:17; Mt. 7:13-14.
Creemos que el hombre y la mujer son ambos creados a la imagen de Dios, lo cual implica que ambos tienen la misma importancia y el mismo valor esencial dado por Dios. Sin embargo, los roles no son los mismos, ambos existen para complementarse uno al otro en roles, capacidades y autoridad en las diferentes esferas de la sociedad humana. De esa manera, creemos que el hombre tiene el llamado a ser cabeza y líder, ejerciendo un liderazgo amoroso y servicial, mientras que la mujer tiene el llamado a ser ayuda idónea para el hombre, apoyando gozosamente el liderazgo del hombre por medio de sus dones y capacidades en sumisión piadosa.
Gn.1:27; 1 Co. 11:11, 12; Gá. 3:28; Gn. 2:15-18, Ef. 5:22-24; Gn. 2:24; Ef. 5:25-30; Gn 2:18; 1 Co. 11:3; Ef. 5:22-24.
Es la posición bíblica que el matrimonio involucre la unión de un hombre y una mujer en una fidelidad sagrada y permanente. Aunque varias culturas y costumbres tienen definiciones del matrimonio que evolucionan, solo Dios tiene la autoridad final para prescribir y describir la relación marital.
Más aún, la intimidad sexual es solamente ejercida propiamente y perseguida dentro de los confines de la relación marital. La inmoralidad sexual, definida como cualquier actividad sexual fuera de los límites de la relación sagrada matrimonial entre un hombre y una mujer, es clara y expresamente prohibida por el Señor.
Como consecuencia, la iglesia entiende que cualquiera y toda forma de inmoralidad sexual, incluyendo el adulterio, fornicación, conducta homosexual, conducta bisexual, bestialidad, incesto, pornografía y aun alguna intención lujuriosa, es pecaminosa y en última instancia, insatisfactoria.
Más aún, la iglesia entiende como pecaminosa la intención o el deseo de quirúrgicamente alterar el sexo biológico a un sexo distinto. Ya que el cuerpo es una creación de Dios, la iglesia abraza que la identidad sexual está biológicamente determinada, y las normas de género asociadas han de ser observadas como apropiadas a los estándares bíblicos. Un desacuerdo con el sexo biológico individual solo lleva a confusión espiritual y caos emocional.
A fin de preservar la función e integridad de la iglesia como el cuerpo local de Cristo, y para proveer un ejemplo bíblico a los miembros de la iglesia y la comunidad, es imperativo que todas las personas empleadas por la iglesia en cualquier capacidad o unidas a la iglesia por medio de la membresía deben cumplir y aceptar esta “Declaración sobre el matrimonio y la sexualidad” y comportarse de acuerdo al mismo.
Aunque la expresión sexual pecaminosa es atroz, como lo es todo pecado, el Evangelio provee redención y restauración a todo el que confiesa y abandona su pecado, buscando misericordia y perdón a través de Jesucristo. Más aún, hay una diferencia entre tentación y pecado no arrepentido. Jesús fue tentado de todas las maneras en las que nosotros lo somos, sin embargo, él nunca pecó. Miembros, empleados, voluntarios y asistentes de la iglesia luchando con toda clase de tentación sexual encontrarán una iglesia lista para apuntarlos a Jesús y unirse a ellos para luchar por su obediencia a Cristo. Jesús llamó a sí mismo al cansado y abatido. Como una iglesia que desea seguir plenamente a Cristo, la iglesia será un lugar seguro para hombres y mujeres luchando con tentaciones sexuales de todo tipo. Para aquellos que luchan con tentación y perdón de pecado, la iglesia proveerá amor, cuidado y dirección.
La declaración sobre el matrimonio y la sexualidad de la iglesia no proporciona motivos para la intolerancia, el fanatismo, la intimidación o el odio, ya que creemos plenamente que a cada persona se le debe conceder compasión, amor, bondad, respeto y dignidad, sin importar su estilo de vida. Un comportamiento o actitudes de odio y acoso dirigido a cualquier individuo han de ser repudiados como pecaminosos y contrarios a las escrituras y las doctrinas de la iglesia.
Esta declaración sobre el matrimonio y la sexualidad da a los ancianos, específicamente, el derecho y la autoridad de prohibir actos u omisiones, incluyendo pero no limitados a permitir cualquier activo o propiedad de la iglesia, sea propiedad real, propiedad personal, propiedad intangible, o cualquier propiedad o activo de cualquier tipo que está sujeto a la dirección o control de la iglesia, ser utilizado de cualquier manera que sería – o, en la prerrogativa personal de los ancianos, sea percibido así por cualquier persona –inconsistente con esta Declaración sobre el matrimonio y la sexualidad; y permitir que cualquier instalación de la iglesia sea utilizada por cualquier persona, organización, corporación, o grupo que pudiese usar tal instalación para transmitir, intencionalmente o por inferencia, lo que pudiese percibirse como una impresión favorable a cualquier definición del matrimonio distinta a la contenida en esta sección.
La declaración sobre el matrimonio y la sexualidad de la iglesia se basa en la voluntad de Dios para la vida humana como se nos presenta a través de las Escrituras, sobre la cual esta iglesia ha sido fundada y anclada, y esta declaración no estará sujeta a cambio a través del voto popular; referéndum; la opinión predominante de los miembros o el público general; influencia o interpretación de cualquier autoridad gubernamental, agencia o acción oficial; o desarrollos legales a nivel local, estatal o federal.
Gn. 2:24; Mt. 19:1-9; Mc. 10:1-12; Mt. 15:19; 1 Co. 6:9-11; 1 Ts. 4:3; Heb. 13:4; Gn. 1:27; Ro. 1:26-32; 1 Co. 6:9-11; Ef. 2:1-10; Tito 3:3-7; Mt. 11:28-30; 1 Co. 10:13; Heb. 2:17-18; Heb. 4:14-16.
Creemos que Dios es el único ser que tiene vida en sí mismo, y por medio de quien recibe vida todo ser que la posee. Al principio, Su aliento dio vida al primer hombre Adán y a partir de allí, a todos los que descienden de él. Afirmamos que es la prerrogativa divina el dar la vida y el quitarla, conforme sea su santa y sabia voluntad.
Teniendo en cuenta el origen divino de la vida, y la soberana administración que Dios hace de la misma, es menester protegerla y preservarla hasta donde sea humanamente posible. Por lo tanto, cualquier acción que proceda a terminar con la vida, fuera de las que estén expresamente permitidas por las Escrituras, se constituye en un pecado grave ante Dios de quien procede la misma. El aborto, la eutanasia, el suicidio y el homicidio, son pecados condenados por las Escrituras.
1 S 2:6; Jn. 14:6; Job 12:10, 34:14-15; Hch. 17:25; Gn. 2:7; Is. 57:16; Jer. 1:5; Sal. 139:13-16; Éx. 21:22-25; Gn. 9:6.
* Estos puntos de la confesión de fe son añadiduras a la confesión original.
XIX: Este artículo fue añadido en la confesión de fe de la Iglesia Bíblica Bautista Familia Fiel de Colombia.
XX: Este artículo fue añadido por el Pr. Félix Cabrera en la confesión de fe de la Iglesia Bautista Ciudad de Dios de Puerto Rico.
XXI: Este artículo fue añadido por el Pr. Enrique Oriolo en la confesión de fe de la Iglesia Bíblic de Avellaneda, Mayo 2024.
Declaraciones Doctrinales
Suscribirse a declaraciones doctrinales como las listadas abajo es crucial para proporcionar claridad doctrinal, proteger contra la herejía, unificar la enseñanza y el testimonio de la iglesia, y ofrecer una guía sólida para la vida y el ministerio. Estas declaraciones afirman la verdad bíblica sobre roles de género, sexualidad y la autoridad de las Escrituras, ayudando a la iglesia a mantenerse fiel a la Palabra de Dios y a responder de manera coherente a los desafíos culturales contemporáneos. Siempre teniendo en cuenta la Palabra de Dios como la única regla infalible.